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MSP aprobó dos copias de fármaco para esclerosis múltiple; no es seguro según neurólogos PDF Imprimir E-Mail
lunes, 17 de julio de 2006
Más de 700 neurólogos de América Latina se reunieron a principio de mes en la caribeña Isla Margarita (Venezuela) para discutir pautas de tratamiento y diagnóstico de la Esclerosis Múltiple, enfermedad en crecimiento en el mundo occidental. Y se despacharon con una declaración que aconseja a los gobiernos la adopción de "criterios específicos" antes de aprobar o no las copias de medicamentos biotecnológicos indicados para este mal. En Uruguay, hay 20 pacientes cada 100.000 habitantes, lo que da unos 1.000 enfermos. Es la mayor presencia en América del Sur debido fundamentalmente a razones étnicas, pues los indígenas, por motivos desconocidos, no desarrollan el mal.

En concreto, se referían al betainterferón (en sus tipos 1a y 1b), fármaco biológico que desde la década del `90 está cambiando la evolución de la enfermedad. "Hace 20 años, un enfermo de Esclerosis Múltiple era candidato seguro a la silla de ruedas, ahora no", dijo el neurólogo uruguayo Ricardo Buzó, asistente al encuentro caribeño. El mayor problema de esta droga, cuyas versiones originales producen los laboratorios Schering, Abbott y Serono, es su costo: entre 1.000 y 1.200 dólares por mes.

En Uruguay, el Ministerio de Salud Pública (MSP) aprobó recientemente las dos copias que hay en América Latina: el betainterferón que importa el laboratorio Clausen de Argentina y otro llamado Uribeta, que se produce en México y lo importa Lazar. Aproximadamente, estos biosimilares salen entre 800 y 900 dólares mensuales. Es el único país de América Latina que aprobó ambos tratamientos.

"Nosotros estamos muy reacios a recetar las copias porque no se ha hecho con ellas ensayos clínicos, mientras que los otros demostraron su eficacia en estos 15 años. Es muy injusto para el enfermo", dijo el neurólogo Carlos Oehninger, director de la Sección de Enfermedades Desmielinizantes del Hospital de Clínicas (SEDIN), el centro de referencia nacional para esta enfermedad.

En Uruguay, hay 20 pacientes cada 100.000 habitantes, lo que da unos 1.000 enfermos. Es la mayor presencia de Esclerosis Múltiple en América del Sur debido fundamentalmente a razones étnicas, pues los indígenas, por motivos desconocidos, no desarrollan el mal.

Del total de pacientes, Oehninger estimó que el 10%, apenas unos 100 estarían recibiendo el betainterferón. De todos modos, el tratamiento sólo está indicado para la forma de Esclerosis Múltiple en "empujes y remisiones" (30% del total) y además, resulta inefectivo en el 60% de estos casos. Pasando raya, habría por lo menos unos 70 enfermos que deberían recibir el tratamiento y no lo reciben, sobre todo, usuarios de Salud Pública.

Con todo, los neurólogos uruguayos reconocen un avance y que ahora es "más fácil" acceder al betainterferón. "En las instituciones privadas tenemos menos problemas", dijo Oehninger, y en Salud Pública, a las demoras que ha habido para entregar el medicamento, se suma ahora la aprobación de las copias.

A nivel general, Oehninger agregó: "Estos biosimilares están en el mercado y van a tener salida, porque muchos neurólogos, antes de no recetar nada, van a dar las copias".

Otro neurólogo uruguayo, asistente al Congreso de la Esclerosis Múltiple de Isla Margarita, reconoció que una mutualista dio la orden de recetar el betainterferón de Clausen a todos los pacientes nuevos, y a los anteriores se les mantendrá el original mientras "haya disponibilidad". En otras instituciones, agregó, se insta a los neurólogos a limitar el tratamiento con originales a no más de 20 o 25 pacientes. "Nos hacen la guerra fría; trabajamos con mucha presión", señaló el médico, quien prefirió el anonimato.

La enfermedad ataca sobre todo a los jóvenes. Entre 20 y 40 años es el promedio de edad, pero Oehninger la ha diagnosticado, por ejemplo, en un niño de 7 años y hasta en una pequeña de 2 años y medio. El betainterferón no cura, sino que enlentece el desarrollo de la enfermedad; es decir, el paciente tiene que tomarlo durante toda la vida: 1.000 dólares mensuales desde el diagnóstico hasta la muerte es el costo para el sistema de salud.

El año pasado, la paciente del Casmu Fabiana Pérez denunció a la mutualista porque le había cambiado un betainterferón original por el de Clausen. La justicia le dio la razón y le ha sido reintegrado el medicamento.

"El problema con los biosimilares es que no son iguales", dijo el neurólogo y director del Hospital Policial, Sergio Gianerelli; "el betainterferón no es medicamento químico, como la aspirina, que puede ser un genérico, sino que es fruto de un proceso biológico muy difícil de copiar, entonces no sabemos cómo puede reaccionar el paciente", agregó.

En el marco del Congreso, el doctor Billy Wu, investigador del Instituto Barnett de la Universidad de Northeastern de Estados Unidos, presentó los resultados de un análisis comparativo entre Betaferón (betainterferón 1b, de Schering) y Uribeta, su copia mexicana aprobada en Uruguay. Y descubrió dos diferencias: en los excipientes (el original usa manitol y el otro glucosa) y en el peso molecular. Aunque dijo desconocer cómo se manifestarían esas diferencias en el cuerpo humano, calificó de "peligroso" el uso de ese biosimilar e incluso desaconsejó, por el momento, las pruebas en pacientes con el fármaco Uribeta.

Lorena Perdigón tiene 23 años, y se le diagnosticó Esclerosis Múltiple a los 15. Se atiende en el Hospital de Clínicas y vive en Malvín Alto con su madre Susana, que es empleada doméstica y su padre, albañil. Desde 1998, Susana buscó la forma de que le dieran betainterferón a su hija: fue a todos los hospitales, habló en el Ministerio de Salud Pública y con las asociaciones de usuarios y no tuvo éxito, pese a que el medicamento estaba recetado por su neurólogo, Oehninger.

Finalmente, a fines del año pasado escribió una carta al presidente Tabaré Vázquez y pocos días después, el Hospital de Clínicas le dio Avonex (betainterferón, de Abbott). Desde entonces, Lorena no tuvo ningún empuje más (crisis) cuando antes de recibir la medicación padecía uno cada dos meses. Susana está agradecida, aunque siente que ha perdido tiempo: "Lorena tiene ahora problemas de memoria y debió dejar de estudiar; también tiene dificultades de visión", enumeró la madre, sobre las secuelas que un tratamiento temprano pudo haber evitado.

Juan Carlos Gilardoni tiene 39 años. Es empleado del Banco República. En 1995, le fue detectada la enfermedad y el primer neurólogo que lo atendió le dijo que no había nada que hacer. Luego, consultó con Oehninger, que le recetó Betaferón, lo recibió y no hizo ningún empuje más. Ahora lleva una vida normal, sólo renguea cuando está cansado.

En Uruguay hay unos 120 neurólogos, 20 de ellos con experiencia en Esclerosis Múltiple y fundamentalmente nucleados en SEDIN. Ahora, 46 años después de la aparición del primer caso en Uruguay, en 1960, la Esclerosis Múltiple es una enfermedad conocida y estimulante para el neurólogo, pues al ser crónica (sin cura) implica una relación permanente con el paciente.

Además, presenta múltiples síntomas (deterioro cognitivo, pérdida de equilibrio, de visión, inmovilidad, entre otros) y para cada uno de ellos se destinan distintos fármacos; "es un desafío para el médico", dijo Gianerelli.

Sin embargo, algunos neurólogos se niegan a tratarla. Otros, como le ocurrió al que trató primeramente al paciente Gilardoni, dicen que no creen en la eficacia del betainterferón, aún cuando ha sido confirmada. Una hipótesis que sobrevolaba en el cielo por lo general nublado de Isla Margarita es que ciertos neurólogos quieren evitarse un problema con sus jefes, públicos o privados.

Diagnóstico y terapia en el debe

La Esclerosis Múltiple es una enfermedad cara por donde se mire: medicamentos de alto costo para tratar síntomas y el propio mal y además, cara de diagnosticar y de sobrellevar, pues requiere de un equipo interdisciplinario de profesionales: desde oftalmólogos, psicólogos hasta fisioterapéutas, con el neurólogo a la cabeza.

En Uruguay, se encuentran tres equipos de Resonancia Magnética (RM), el estudio clave para un diagnóstico certero de la enfermedad. Cada RM cuesta unos 400 dólares y se precisan al menos dos: de cráneo y médula espinal. Los tres aparatos están en el sector privado (en la Española, Hospital Británico e Impasa) y para un paciente de Salud Pública la espera puede llegar hasta seis meses.

El neurólogo Carlos Oehninger, del centro de referencia nacional para la Esclerosis Múltiple aseguró que en los últimos años el diagnóstico se ha acelerado, contra la tardanza de otros años. Se han conocido casos en que el diagnóstico tardó hasta seis años, cuando ya el paciente había sufrido un deterioro importante.

"Depende del neurólogo. Si justo el enfermo cae con uno con experiencia en la enfermedad, el diagnóstico es rápido. Si eso no ocurre, se puede demorar, porque tiene muchos síntomas y se confunde con otras", dijo Oehninger.

Ahora, una vez que se ha confirmado el mal, la enfermedad requiere de una red de profesionales para contener al paciente desde varias áreas. Puede tener problemas de vista, de oído, de equilibrio, deterioro cognitivo, depresión y problemas sexuales. "El único lugar donde funciona una red así es en el Hospital de Clínicas", dijo el neurólogo Ricardo Buzó.

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